El Patas Cortas

El Patas Cortas
Ramón Cabrera

domingo, 1 de noviembre de 2009

Carta a mi Soledad


Una carta a mi Soledad. Abuelita, te escribo para contarte lo que me pasa. En estos días he sentido un vacío en mi corazón. Desde que te fuiste aquella noche fría de un cuatro de agosto, ya nada ha sido igual. Me has hecho mucha falta todos estos años. Te extraño tanto, que a veces siento que no puedo más. Extraño cuando en las noches me dabas tu bendición acompañada de una caricia tierna sobre mi rostro. Para mí, tú has sido muy importante; contigo crecí, me educaste y me diste algo muy valioso: tu cariño. Cariño que aunque pasen los años, nunca nadie podrá borrar de mi mente y de mi corazón. ¿Sabes Abuelita? Ya quiero empezar a contarte el motivo de mi carta. ¿Recuerdas la última vez que fui a visitarte al panteón?, poco antes de Navidad, cuando te conté los problemas que sucedían en mi casa, que no me hablaban, ni siquiera mi mamá a la que la adoro, menos mis hermanos y mi papá; ¡Ya te imaginarás cómo se puso él!. Con su postura de hombre macho, acostumbrado a imponerse con su vocabulario muy mexicano. Todo esto, por comentarios que la gente hace sin darse cuenta del daño que puede ocasionar. Comentarios que llenaron de dolor mi corazón durante muchos días y noches. ¡Me sentía morir!, es horrible darse cuenta que a veces la familia es el primer obstáculo para alcanzar tus sueños. Es triste llegar a casa y ver que te ignoran hasta para comer, que te hacen menos. Aunque no te lo digan con palabras, esas cosas se sienten. En ocasiones, las cosas no son parejas con los hijos y las divisiones los padres las provocan al hacer comparaciones entre hermanos: “deberías de ser cómo él que siempre está en la casa”, “tú solamente te la pasas en la calle”, “que ya te voy a sacar de la escuela”, “que ya no te tengo confianza”… y situaciones de ese tipo. Tantas y tantas cosas me pasaban por mi mente en esos días Abuelita. Me hacías mucha falta, necesitaba escuchar tus consejos, tus palabras de aliento. Al estar solo en mi cuarto, me preguntaba por qué la vida nos pone tantas cosas difíciles de superar; situaciones que a nuestra edad no entendemos. Otros pensamientos me decían: “Ramón, vete de tu casa y no vuelvas jamás, lárgate si en tu casa no te quieren, vete a donde estés mejor”, en esos momentos recordé lo que me dijiste en una ocasión: “Mi hijo toda una vida no nos alcanzará para comprenderla, siempre actúa escuchando tu corazón y no dejes que el orgullo se apodere de ti”. En ese instante me sentí mucho mejor al venirme a mi mente todos los bonitos recuerdos que viví cuando tú todavía eras parte de este mundo, recuerdos de mi infancia y de mi adolescencia. El día que te fuiste me dejaste con muchas heridas, que con el paso de los años, algunas se me han curado y otras están en proceso. En esos días de dolor en el cuarto de mi sufrir, me pude dar cuenta de cómo las personas podemos hacer mucho daño Abuelita, simplemente por el hecho de hacer sufrir a los demás, sin pensar en todos los problemas que pueden venirse a causa de nuestros malos comentarios. Compruebo y confirmo el dicho que dice “Para hablar y comer pescado hay que tener cuidado”, no cabe duda que a las personas nos gusta arreglar la vida de los demás y señalamos a aquellos que tienen algo de nosotros. Como es costumbre, se nos hace más fácil hablar y proyectarnos en los demás, por no querer aceptarnos a nosotros mismos. Por eso nos gusta hablar de las personas, por no tener el suficiente valor de decir yo…yo fui, yo hice, yo dije y mejor decimos ya viste, lo que dijo y cómo lo hizo. ¿Te das cuanta abuelita? ¿Cómo podemos tener varias caras de acuerdo a la situación en que nos encontramos?, entonces me pregunto: ¿Qué caso tiene vivir la vida que los demás quieren para nosotros? ¿Por qué no vivir la que nosotros queremos y soñamos tener? Abuelita, ahora he decidido a ser como yo quiero. Hacer lo que me gusta y disfrutar sin tener que ser el producto de lo que todas las personas que manejan mi vida a su decisión y antojo, desean. He decidido a vivir sin esas caretas que no me permiten mostrarme como soy, quiero ser yo el que tome las decisiones de mi vida sin tener miedo al que dirá la gente, que no tiene nada que hacer más que estar jodiendo la vida de los demás. Pero para esto Abuelita, tengo que empezar por cambiar la mentalidad de mi familia y más que nada la de mis papás, que crecieron en un entorno reducido, a base de gritos y golpes que solo les causó un daño en su forma de percibir la realidad, una realidad a la cual no se quieren ajustar por miedo de cambiar el contexto en el cual crecieron. Aprovecho esta oportunidad que tengo de escribirte para platicarte de un ángel que llegó a mi vida y que no sabía que estaba ahí desde hace mucho tiempo. Un ángel que me ha enseñado a ver las cosas que me pasan de distinta manera, me ha brindado su amistad, apoyo y confianza. En pocas palabras, me ha dejado entrar a su bonito mundo lleno de humildad, de ternura y de un gran sentimiento sin ningún interés. Ella me acompañó en esos días de tristeza y de dolor que te conté. Fue ella el motor, la fuerza para no caer y no derrotarme ante el momento tan triste que estaba viviendo. ¿Sabes?, admiro mucho a mi ángel, así es como lo he llamado porque siempre me acompaña a donde voy y se preocupa por mí cuando ve que estoy mal. Admiro mucho a ese ser tan maravilloso lleno de bondad. No se que hubiera pasado si en esos momentos de soledad no hubiera estado a mi lado. El nombre de mi ángel es Lupis, un ángel que no cambio por nadie, no me pudo tocar otro mejor para que cuidara de mí. Con ella me la he pasado caminando por las calles de la ciudad de un lado a otro sin rumbo fijo, a veces caminamos en la paz y tranquilidad que envuelven la noche oscura. Disfruto tanto al estar en su compañía, que caminar se vuelve un placer al compartir momentos de nuestras vidas, al conocernos más como personas. Qué te puedo decir Abuelita, sólo que este ángel no me lo pudo enviar nadie más que tú, para que velara de mis sueños en mis amaneceres, dándole un toque especial a mi mundo con el brillo de sus ojos que parecen de cristal. Abuelita, ¡te extraño tanto!, y aunque ya son más de cinco años de tu partida aún no me puedo hacer a la idea de que ya no te puedo ver. Pero si puedo tenerte en mi corazón para siempre, platicar contigo en el momento que quiera y aunque no me puedas escuchar me hace mucho bien el poder expresarte lo que siento. Sé que a todo lugar que voy, tú siempre me cuidas y me acompañas y no me dejas solo. Y todos los días Abuelita, siempre me encomiendo a ti y al Santo Niñito de Atocha que me ha hecho muchos milagritos, y llevo conmigo ese corazón de piedra que me diste a todas partes. Abuelita, me despido diciéndote que te quiero muchísimo y que no importa lo que pase, siempre tú vas a estar acompañando mi caminar por esta vida. Nunca me dejes solo Abuelita (María Soledad Méndez García). Te quiere: tu nieto Ramoncito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario